El hartazgo por las democracias representativas

Por: Gerardo Daniel Mendoza Lamegos
Schumpeter ya nos advertía en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia, que la democracia moderna, es decir, las democracias representativas que son de corte occidental; no tienen nada que ver valores normativos superpuestos que se le agregan a la misma, y en específico los referentes a la voluntad general y el bien común. El objetivo de las democracias representativas que establecen sus gobiernos en sistemas e instituciones electorales, es más bien, el de elegir a las elites o individuos más aptos o capaces para administrar los negocios o quehaceres públicos.
Sin embargo, el mismo Schumpeter jamás esclarece cuáles son los criterios o elementos que hacen de una élite más apta o idónea. Parece ser que entrar en esos detalles era obviar la discusión, pero ciertamente no es así. Los ciudadanos usualmente desconocen de los negocios públicos, de la agenda legislativa en el congreso local, de lo que se discute en un cabildo, o de la política exterior que asumirá el gobierno federal; y siendo honestos las campañas electorales nada ayudan en cuanto a ofrecer una discusión o diálogo que enriquezca la vida pública en todos los niveles y así pueda elegirse en las urnas con certeza a la elite más capacitada. En ese sentido, la vida pública en México tiene un declive cada vez más alarmante. Los protagonistas de las elecciones que son los partidos políticos y los actores políticos, se enfrascan en dimes y diretes, reproches, acusaciones y chismes de las vidas personales de los contendientes, que hacen de las competencias electorales verdaderos espectáculos para un reality show, o para una serie de netflix que intente robar rating a House of Cards; por lo que dejan mucho que desear y se duda de que haya una elite capaz de gobernar.
Los medios de comunicación masiva también son responsables del detrimento de la vida pública en la nación, ya que estos asumen hoy incluso un papel más protagónico que el de los mismos partidos políticos que ya no logran conectar tan fácilmente con sus electores. Las fórmulas que ofrecen los partidos políticos ya no resultan atractivas para ningún ciudadano, pero no así los contenidos que ofrecen los medios de comunicación masiva a sus audiencias, que informan con un sentido de lo chusco, jocoso, ridículo y hasta de lo morboso.
El gran problema que trato de señalar es que la opinión pública que se construye para hablar, participar y elegir en México, es bastante endeble y en muchas ocasiones hasta irrisoria. En consecuencia, la democracia representativa de esta nación tiene piernicillas cortas, ya que los ciudadanos adoptan e interiorizan una opinión con información parcial y superflua. No obstante, tenemos aseveraciones como las Sartori que hace de menos el ideal de un ciudadano bien informado, puesto que esto no garantiza una participación electoral elevada y razonada, sino que por el contrario, las tasas de mediana participación son benéficas para no sobrecargar de demandas al sistema político. Yo en cambio, difiero de su postura. La democracia en México ha llegado a tal punto que la ignorancia, la ausencia de voluntad política, la apatía política hacen temblar el sistema electoral mexicano a tal punto que algunos creen que ya lo ven caer, o por lo menos eso aseguran lo más pesimistas. Por otra parte, los más optimistas nos dicen que hay que fortalecer las instituciones, confiar en ellas y robustecerlas, y yo pregunto ¿cómo se hace? Seguramente su base empieza en una cultura política basada en el diálogo abierto, tolerante y reflexivo, en una participación ciudadana más allá de las urnas y de los impuestos, en una educación cívica muy ambiciosa y en una opinión responsable. Lamentablemente la exhortación que se hace no arroja luces para saber cómo hacer esto, y mientras seguimos pensándolo la realidad es que medios de comunicación masiva, partidos políticos y actores políticos alientan e incentivan a mantener desconfianza en las instituciones políticas, a siempre ver con recelo las elecciones, a siempre mantener latente la duda de si se ha respetado mi sufragio y el de los demás, y más aún a mantener esa apatía política que es el lastre de nuestra democracia. El ciudadano ha aprendido a ser desconfiado, escéptico y ausente; pocas veces se le incentiva a ser crítico, pero propositivo.
El pasado lunes 12 de Junio del presente año, Luis Carlos Ugalde (ex consejero presidente del ya extinto instituto federal electoral) en entrevista en el programa noticioso de Hannia Novell, comentaba que el aspecto positivo de las pasadas elecciones en algunos estados de la República era que mostraron un comportamiento más competitivo entre los distintos partidos políticos, ya que las preferencias electorales ya no son homogéneas como antes eran. Sin embargo, los retos a resolver se centran en una ciudadanía más participativa, y que los índices de participación rondaron por abajo del sesenta por ciento, y en cómo resolver las victorias entre candidatos con un margen de victoria mínimo. Sus respuestas parecen certeras, pero en mi opinión no lo son tanto. Sus propuestas son implementar el voto obligatorio y la segunda vuelta.
Si bien es deseable que haya un índice de participación alto, un tipo de democracia coercitiva que tiene un gran conjunto de ciudadanos apáticos a los que hay que obligar a votar, pocos beneficios verán si los demás factores alrededor de lo que conforma la vida pública permanecen inalterables, además de que un voto obligatorio y una segunda vuelta no hace una elección de calidad en cuanto se refiere a un voto razonado y un ciudadano más informado de los menesteres de la nación.
No cabe duda que el mercado político electoral de este país, está muy lejos de operar en condiciones óptimas, y no lo está porque sus medios de comunicación masiva no son aptos para informar, porque sus partidos no son capaces de proponer, porque sus actores políticos no son idóneos para dirigir, y porque sus ciudadanos no están en condiciones para elegir.
El hartazgo por las democracias representativas
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