Random Posts

“De La Tradición a La Trata: Hacia La Libertad” Parte II

Por: Arely González Rodríguez y Giovanni Z. García Rojas

“Alguna vez me enamoré de una prostituta que me dio todo, excepto confianza”, éstas fueron las palabras de Guillermo, el hombre que me llevaba en aquella vagoneta blanca. No entendí el porqué de ésa línea, pero durante todo el camino se pasó de hablando de cosas relacionadas con sexo, posiciones, perversiones y asquerosidades que él consideraba normal. No sabía a dónde me dirigía, pero por el alivio que noté en él, supuse que estaríamos pronto en nuestro destino.


Cuando llegamos al destino, por fin pude ver al hombre que me había transportado a éste nuevo lugar. Él era un hombre güero, gordo y alto. Vestía con camisa azul manga larga, un pantalón color caqui que le hacía juego junto con su sombrero negro y el par de botines cafés. Le decían “gringo”, pero no sabía si realmente fuera él un gabacho, pero tenía un acento cantado y alargado, repetía palabras como “huerco, jaina, fierro, pariente”. Yo sólo tenía mucho miedo y hambre.

–Me dijeron que te llamas Ana, ¿es correcto? –Me preguntó en un tono pasivo, amable y nada eufórico.
–Sí –respondí.
–Mira Ana. Yo sólo soy el mensajero del patrón y hago cualquier encargo que él me pida.
Si él me dice, “Gringo, ve por pitayas a Acatlán”, yo voy sin dudar, si él me dice, “Gringo, quiébrate a ése vato”, tengo que hacerlo. Hago esto porque me paga bien, me trata como a un hermano y estoy dispuesto a dar mi vida para salvar su pellejo. ¿Sabes que me encomendó para contigo, huerquilla? Tienes que acompañarme para que entiendas cómo está el jale–dijo él.

Su comportamiento de  hombre tranquilo cambió drásticamente. Estábamos en un lugar caluroso, lleno de polvo, un poblado con pocas casas y poca gente, en su mayoría podía ver sólo campesinos. Empezó a caminar despacio, de pronto aceleró el paso y me jaló con tanta fuerza del brazo que sentí un pequeño desgarre en el hombro. Avanzamos como diez minutos del lugar donde habíamos dejado el auto. A medida que caminábamos iba subiendo el sonido de los gritos de hombres –que al parecer estaban borrachos-, botellazos y música distintiva de cualquier putero, burdel o cantina. Llegamos a un sitio donde había una serie de casas mal construidas.

–Acompáñame. –dijo y me sujetó con más fuerza del brazo.
– ¿Dónde me llevas? Suéltame maldito cerdo asqueroso. –grité con todas mis fuerzas para ver si alguien me ayudaba, pero los pobladores sólo veían y bajaban la mirada, como si no les importara o como si tuvieran miedo.

– ¡Cállate estúpida zorra! Tengo instrucciones de matar en caso de que no me obedezcan, así que guarda silencio, que esto no es algo exagerado –sacó una pistola calibre 38, me apuntó en la en la frente para después cambiar la dirección del arma, accionar el gatillo y disparar al aire–.

Vas a hacer lo que yo te diga, cuando yo lo diga y no cuando tú lo quieras mamacita, ¿O quieres que te pase algo a ti o a tu jefecita? –dijo él con una sonrisa mórbida, pero tranquila y elocuente.

Guillermo, el gringo, me llevó a una casa y me metió en un cuarto pequeño. En ése diminuto trayecto que caminé del auto al prostíbulo volví a sentirme extraña, pues había muchos hombres muy parecidos al comisario –alcohólicos–, todos posaban en mí una mirada hostigadora que eran tan parecida a la de aquel hombre que me había comprado en Cochoapa el Grande.

–Ana. Hemos llegado a tu nuevo hogar –mencionó él–. En seguida azotó la puerta, me arrancó la ropa, se bajó los pantalones, me violó y añadió–: A partir de hoy trabajarás para nuestro patrón. Toma ésta nueva ropa, será tu material de trabajo, también utiliza esto, ya sabrás cómo utilizarlos –me entregó prendas muy pequeñas, pastillas y condones. –, cuidadito y te embarazas cabrona.

Había empezado mi vida como prostituta. Empezaba cada día a las nueve de la mañana y terminaba hasta altas horas de la noche. Tenía que tomar cerveza durante todo el día y sacar todo el dinero que fuera posible entre la prostitución y la venta de drogas, porque en caso de no cumplir una cuota, me amenazaban con matar a mi madre o a mí. Mi desayuno era tan precario como mi misma existencia en aquel momento. Mi menú era lo mismo día tras día. En el desayuno, la comida o la cena comía siempre comía una torta, agua y manzanas. La rutina de todos los días en la cantina era consumir la cerveza que me invitaban los clientes, acostarme con unos diez o doce hombres por día y vender alguna droga de vez en cuando. Tenía prohibidísimo hablar cosas personales con los individuos durante “la hora feliz”.

Seis años de mi vida entregándome a esto, sin ser dueña de mi cuerpo y sin poder tomar decisiones, sólo siendo una máquina de dinero para el patrón de Guillermo. Mi único deseo en ése momento era de acostarme en el pasto y respirar aire puro, pero lo único lugar donde yo me acostaba era en el viejo catre que estaba en mi habitación y la cama que compartía con los clientes. Lo único que respiraba en el aire era el humo del cigarro y le hedor de los borrachos.

Recuerdo que entre esos seis años de yugo, tuve un embarazo. Estaba creciendo vida en mí, me sentía emocionada porque sería madre, pero también tenía un miedo terrible porque el pequeño ser que estaba creciendo entre mis entrañas moriría por decisión de otros. El padrote encargado de mí se dio cuenta de que ya eran tres meses y no me bajaba, entonces me dio un golpe en el abdomen, que provocó que perdiera a mi niño.

En el quinto año de servir como prostituta, conocí a Gustavo. Un individuo que había sidodeportado de EEUU, me contó que tenía treinta años, su estatura era más bien napoleónica, es decir chaparro, su color de piel era igual al mío, moreno, y su cabello era lacio y corto. Era un perfecto estereotipo de mexicano sureño en Estados Unidos. Le gustaba presumir, pero no tenía dinero puesto que cuando lo echaron del gabacho, se vino sin nada. Siempre portaba unos tenis de marca que ya se estaban desgastados por el andar en estas tierras que parecían más un chiquero. Nos fuimos conociendo poco a poco, ya que frecuentaba muy a menudo el bar. No bebía, sólo buscaba tener encuentros esporádicos con las otras chicas que allí trabajaban. Nos hicimos amigos y entre esas charlas me habló del “American Dream”, y que allá uno es libre a pesar de todos los obstáculos y las diversidades que existen.

Después de varias pláticas y encuentros pagados, me convenció para que me escapara de éste lugar, y que a cambio yo tendría una vida mejor en ése país. Dijo que yo podría limpiar casas,cuidar niños o trabajar en los campos de cultivo, cosechando jitomate o alguna otra cosa. Aposté y acepté su propuesta. Tenía miedo porque me habían amenazado, pero lo que más me importaba era mi bienestar.

Gustavo me sugirió que de las propinas, tomara un poco de dinero y que le diera una parte para que él administrara y ahorrara lo suficiente para poder irnos. Prometió contratar un buen coyote para que nos fuéramos seguros hacia el otro lado.
Al cabo de un año, habíamos juntado una cantidad suficiente entre lo obtenido en el bar por mi cuenta, y él por trabajos de albañilería, plomería y de alguno que otro trabajo que le fuera surgiendo. Fue un treinta de julio cuando me escapé de éste lugar. La huida ya la habíamos planeado con tiempo. Como él ya se llevaba muy bien con el padrote, tenía la opción de llevarse a algunas chicas a su casa para estar con ellas algunas noches, pero a cambio él tendría que traerlas puntual para que empezaran su jornada normal. Gustavo aprovecharía esto para solicitar mi permiso y así poder llevarme para “dormir con él”, la única diferencia es que tanto Gustavo como yo, jamás regresaríamos a éste lugar. 

Él se cercioró de que el coyote no fuera amigo del patrón, porque de ser así, segurito nos cargaban a los dos y parejo. Nos citamos en un lugar con el individuo que nos llevaría a la frontera y empezamos la travesía. A la fecha no sé si Gustavo está enamorado de mí, porque me trata de una forma que jamás me habían tratado. Es atento conmigo y siempre se preocupa porque yo esté bien.

Estamos esperando, ya es hora de cruzar la frontera. Estoy nerviosa, esto es lo más lejos que he estado de casa, no sé qué me vaya a deparar el destino, pero tengo fe de que todo estará de maravilla. Confieso ahora y más que nunca, que puedo acostarme en la tierra y sentir la libertad, aquella libertad que no gocé cuando me malbarataron o cuando me obligaban a venderme para llenar los bolsillos de otros. Tengo lo suficiente, y a pesar de que no amo a Gustavo como siento que él lo hace hacia mí, tengo la certeza de que estoy protegida por él.

Somos un grupo de diez personas, entre los cuales nos encontramos seis mujeres y cuatro hombres más. No sé quiénes más nos vayan a acompañar, pero esto, está por escribirse…
“De La Tradición a La Trata: Hacia La Libertad” Parte II  “De La Tradición a La Trata: Hacia La Libertad” Parte II Reviewed by El Visionario MX on Rating: 5

No hay comentarios.

Recent Posts

Featured