No soy ni seré buena madre


Por: Arely González Rodríguez y Giovanni Z. García Rojas
Historia basada en hechos reales.
Soy una mujer de 30 años, empresaria exitosa, mujer plena pero no nací para ser madre.
Durante la adolescencia creemos que nadie nos comprende, peleamos con nuestros padres porque pensamos que no nos quieren, tienes un deseo vehemente por dejar la casa y comernos el mundo porque sabes que la familia es un obstáculo para triunfar. El montón de cambios en el cuerpo más el caldo de hormonas, nos hace pensar que podemos con todo y contra todos los impedimentos que existen en el mundo. Ésa etapa de la vida es donde quieres experimentar todo, pero también tu cuerpo empieza a tener ciertos deseos bravos. Les voy a contar una historia, la mía.
Era un 13 de octubre del 2002, mi padre estaba emocionado porque cumpliría quince años. Realmente me daba igual, porque yo no quería fiesta, ni regalos, ni nada. Lo que quería era guardarme en la apatía de mi eterna soledad, disfrutar de mis mangas y ver anime todo el día. Adoraba en extremo la cultura japonesa, y uno de mis sueños en aquel entonces era viajar al otro lado del mundo para conocer aquellas flores de cerezos que tanto veía en aquellos “monos”, como decía mi madre Lucía.
Después del día 13, vino la búsqueda de los chambelanes. Mi madre emocionada quería que se contrataran de una “Agencia Profesional de Chambelanes Poblanos”, tenía en mente el típico vals con bienvenida, presentación, convivencia, baile sorpresa y vals familiar. No me consultaron nada, no me pidieron opinión y “re chistaban” si quería dar mi punto de vista, pero me cansé de que me impusieran todo sobre la ceremonia y empecé a discutir con ellos. — ¿Por qué no me dejan escoger algo? ¿La fiesta es para mí o para ustedes? No quiero que elijan todo a su gusto, por lo menos dejen que yo seleccione a los chambelanes. — Mencioné llena de rabia y coraje, y sin decir más mis padres aceptaron.
Al ser hija única, pensaron que todo a manos llenas era lo mejor para mí, que un Ipod podría hacerme la persona más feliz, que un “Game Boy Advance” con los juegos de Harry Potter, Pokémon y Crash, dejarían que estuviera de ociosa en la calle. Yo no quería nada de eso, no quería fiesta, no quería regalos, no quería ningún aparato que “me permitiera estar en casa todo el día”. Lo que quería era un abrazo de mis padres, un “hola hija, ¿cómo te sientes?”, una consejo en vez de un regaño, necesitaba un vínculo que me hiciera sentir parte de una familia, que me hiciera sentir humano.
Pasaron los meses y llegó el día, era 19 de noviembre de 2002. Un día normal para unos tantos, pero especial para otros, lo digo por mis padres. Era una calurosa tarde en un pueblo perdido al norte del estado, entre la misa, el polvo de calles no pavimentadas y vacas, se empezaba a marcar una historia, la mi cumpleaños. No sé si estaba emocionada, o sólo quería que se terminara esto muy rápidamente.
Antes de la fiesta por la celebración de mis quince años y durante los ensayos del vals, empecé a sentir algo por Enrique, quien era uno de mis chambelanes. Lo vi con ojos de amor, pero que en realidad eran más ojos de lujuria. Quería comérmelo a besos, quería decirle lo que sentía, pero no me atrevía. Él tenía 18 años, y sentí que se fijó en mí, porque su mirada no se mostró iracunda, sino pacífica y tranquilizadora.
Las miradas se convirtieron en palabras, las palabras en enamoramiento, el enamoramiento en sexo. Recuerdo que mi primera vez fue tan dolorosa que quise no repetir, pero algo en él hizo que deseara estar una vez más desnuda y a su lado. La segunda y tercera vez fueron más agradables y confortantes. Enrique tenía 18, y yo apenas iba a cumplir los 15. Nunca utilizamos un método anticonceptivo, porque no quería, porque no sabía, o porque estaba tonta.
19 de noviembre del 2002. ¿Habrá sido coincidencia que en ése día Arjona publicara su álbum “Santo Pecado”? No lo sé. Pero el amor que tenía hacia él era enorme. Me escuchaba en todo y me hacía sentir bien, pero algo estaba mal. Ya eran dos meses que no llegaba mi periodo, me preocupé y no sabía a quién decirle lo que estaba pasando, no tenía a una amiga, o a algún familiar que me apoyara. Quería pedir ayuda, pero tenía miedo de mi padre, temía que me corriera de la casa. Conocía su carácter, por eso no le dije nada.
Entré en caos, y decidí buscar a Enrique para decirle que estaba embarazada. Para mi mala suerte, él se había ido a estudiar a la ciudad de Puebla, y sabía que no regresaría pronto a San Agustín, el pueblo donde pasó todo. Estaba sola como siempre, como en el principio.
¿Cuál fue el error? El que ninguno de los dos se cuidó. La primera vez que lo hicimos, no utilizamos condón, ni tampoco la segunda ni la tercera. No pensé que podría quedar embarazada. Nadie me apoyó con una educación sexual, nadie estuvo allí cuando lo necesité. Ningún consejo, ningún “¿cómo estás hija?”, nada.
La desesperación provocó que buscara información por mi cuenta en el medio más fácil, el internet. Leí sobre unas pastillas controladas, las cuales eran muy caras y no se podían conseguir más que con una receta médica. Hice todo lo que pude, fui con un médico del pueblo que al principio se negó darme la receta, pero después de hablar se terminó por convencer. Tuve que vender muchos de los regalos que obtuve en la fiesta de quince años, malbaraté mi Ipod, y mi Game Boy Advance, pero las compré.
Fueron muchas pastillas las que consumí, la primera dosis fue vía oral y vaginal, la segunda después de ocho horas fue oral, y no conforme con eso, consumí más pastillas para sacar a ése bebé que me arruinaría mi vida. Empecé a tener síntomas casi después de tomar las pastillas. El dolor era terrible, y el sangrado era demasiado, no paraba. Recuerdo que tuve que comprar cinco paquetes de toallas sanitarias, pensaba que eso terminaría pronto.
Después de todo eso, me desmayé y mis padres tuvieron que llevarme al hospital. El exceso de pastillas dañó mi estómago, me dañó mi vagina por un mal legrado, casi provocó la muerte y logró en mí una castración química. A quince años de ése suceso, me di cuenta de que no soy, ni seré buena madre.
La falta de educación sexual en comunidades alejadas de la capital hace casi nulo el conocimiento sobre métodos anticonceptivos y las posibles consecuencias de no utilizarlo durante el acto sexual.
Cada año mueren 47 mil mujeres en el mundo por complicaciones en un aborto inseguro o clandestino declaró la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que anualmente 22 millones de abortos inseguros.
La Ciudad de México ya ha aprobado el aborto legal, si te encuentras en una situación similar entra la página http://abortar-mexico.mx/ te darán informes sobre un aborto seguro, la clínica más cerca de tu domicilio, agendar cita y educación sexual.
Eres libre de decidir en tu cuerpo.
No soy ni seré buena madre
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