Las vicisitudes de opinar
Por: Gerardo Daniel Mendoza Lamegos

Absolutamente todos somos opinantes. Constantemente emitimos una postura al respecto de un tema o situación, cualquiera que sea este. Al opinar ejercitamos el animal político que todos llevamos dentro, pero también fomentamos el diálogo, y al hacerlo experimentamos el disenso y el consenso naturales que conlleva una sociedad plural que vive en democracia.
Los avances tecnológicos han hecho que una opinión y la idea que trae consigo tengan alcances nunca antes experimentados en la humanidad. Ya sea que la opinión fuese manifestada de forma oral o escrita, y el conducto haya sido la televisión o un “estado” en Facebook, su relevancia en el espacio público puede ser casi de forma inmediata y provocar una discusión álgida e interminable, o bien, ser censurada o ignorada, puesto que no es la opinión que lucha por insertarse en el espacio público.
Es indudable que hay una riqueza de ideas que quieren permear y trascender en la opinión pública, pero también existe una pobreza de ideas sumamente irrisorias que sinceramente no deberían deliberarse en el inmenso universo de opinantes. Si bien a la hora de deliberar y opinar en una charla informal con la familia y los amigos no se exige constantemente una investidura moral e intelectual para poder participar en la discusión, puesto que creemos que la trascendencia de dicha charla no rebasará el espacio y las personas que participaron en ella, sin embargo, nunca se está seguro de ello ya que nuestras ideas constantemente están desarrollándose y en evolución. Ahora imaginemos la trascendencia de una opinión hecha por un comunicador en un programa de televisión y la información y opiniones que intentan suministrarse en las redes sociales de forma continua a una audiencia que rara vez juzga y compara y que se precipitará usando esta información y opiniones para emitir ahora su opinión.
Considero que por ahora nos vemos rebasados por una enorme ola de opinantes e información de la que rara vez alguien asume las consecuencias de haber comunicado. Todos deseamos opinar, participar y estar informados; pero irónicamente la tendencia es la desinformación, el pánico, el disenso, la manipulación, el enfrascamiento en dimes y diretes, en hacer relevantes los sucesos e información irrelevantes, en hacer confuso lo que realmente es claro y en permitirle el uso de la voz a quienes sólo pretenden ser protagonistas sin tener por objetivo comunicar responsablemente y opinar responsablemente. En ese sentido, el reto es más que evidente y reside en una moralización del espacio público que revitalice y el debate democrático con ciudadanos y medios que ejerciten su derecho de deliberar y opinar de una forma responsable.
Hace algunas décadas el reto era democratizar los medios y ganarse el derecho a opinar, pero hoy debe de usarse es derecho con un sentido moral.
Las vicisitudes de opinar
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